Por Alejandro César Suárez | @alecesarsuarez
Tardó, pero finalmente, el Gobierno acusó el golpe de la derrota electoral. Los cambios en el gabinete, los llamados a dialogar a la oposición, la partida del Secretario de Comercio, auténtico emblema de la prepotencia, y hasta la indemnización a REPSOL después de la perorata nacionalista usada para expulsar a la empresa de la explotación de YPF, son señales que demuestran un giro en algunas cuestiones que hasta ahora se consideraban inamovibles.
Por si hacía falta, fue el propio Carlos Kunkel, hombre representativo del kirchnerismo si los hay, quien dijo «teníamos que cambiar, porque perdimos un millón de votos». Sinceridad brutal la del aburguesado ex montonero. No sólo admitió el mal resultado, que muchos de sus camaradas siguen negando, sino que justificó la modificación de ciertas políticas.
Claro que ya hubo otras situaciones similares, en las que luego de un revés en las urnas, o ante la inminencia de éste, el Gobierno suavizó su habitual discurso confrontativo, para después volver a su nivel de agresividad de siempre contra sus opositores y sobre todo, contra aquellos periodistas que no integran su claque a sueldo.
También, aunque aún no se menciona abiertamente la «Inflación», los funcionarios empezaron a hablar de «variación de precios». Es una metodología repetida en el kirchnerismo: manipular las palabras para que suenen diferentes. Como si la gravedad de un problema pudiera atenuarse cambiando la terminología empleada para definirlo.
Pero muchas veces los pretendidos cambios sólo son maquillaje. Ya con la Ley de Medios en plena vigencia, la pluralidad que la conflictiva norma venía a garantizar sigue amenazada desde el propio Estado: ahí está, como claro ejemplo de «variedad de voces», el accionar de la TV Pública, desde cuya pantalla, se sigue haciendo política partidaria de un modo alevoso.
La deliberada confusión entre «Estado» y «Gobierno» llegó al colmo de que el canal que pagamos entre todos emitió un programa dedicado al festejo del «Día del Militante» realizado por el Frente para la Victoria.
También, de ese único partido son dirigentes o simpatizantes todos los invitados que desfilan por ese canal, particularmente por 6,7,8, esa tribuna ramplona y manipuladora desde la que se hostiga impunemente a todo aquel que no esté alineado con el «proyecto nacional y popular».
Ya no se trata de usar la TV –y las radios- públicas para difundir la acción de Gobierno, lo que sería entendible, sino, directamente, de abusar de estos medios para instalar un discurso único que no admite contradicciones, bajo amenaza de resultar estigmatizado por el «Gran Hermano K» y las múltiples cabezas de esa rastrera medusa tecnológico informativa.
Por eso, cuando se habla de cambios, hay que tener los ojos bien abiertos. Una sonrisa, un perrito y un muñeco de peluche, pueden llegar a ser sólo un folleto publicitario engañoso, de los muchos que nos vendieron en tantos años.
Aunque el muñeco sea un pingüino. O, más aún, si efectivamente, lo es.