Suena el despertador y me indica que ya es hora de comenzar mi jornada. Es jueves y el sol de la primavera que tanto se hizo esperar por las intensas lluvias se cuela por el ventanal de la cocina. Preparo los mates, me visto, le doy de comer a mi perro y salgo presurosa a mi lugar de trabajo el hospital El Cruce, un centro asistencial público de alta complejidad, ubicado en el sur del conurbano.
Mientras manejo y transito las calles de Florencio Varela, pienso en voz alta ´hoy comienza noviembre, ¿con qué me sorprenderá este mes?´. No se por qué, pero el aire se percibía diferente. Ingresé al hospital como todos los días, fiché a la hora habitual. Mi reloj indicaba las 8 de la mañana. Tomo el ascensor, voy por el pasillo del primer piso y un compañero me dice, «comenzó el operativo para el trasplante de corazón». No me había preparado, pero mi profesión una vez más me conduciría a presenciar quizás el momento más emocionante de mi vida: no todos los días una persona tiene la posibilidad de asistir en vivo a una cirugía de trasplante cardíaco. No iba a dejar escapar esa oportunidad. Mis compañeros que estaban abocados al operativo que arrancó a las 3 de la madrugada ya estaban en acción, mucho antes que mi despertador sonara. La Dra. Vanesa Gregoretti, coordinadora del equipo de trasplante cardíaco de El Cruce, a la tarde casi noche del día anterior había avisado a la dirección y al área de Gestión de Pacientes que había surgido un posible donante. Con esa frase tomó fuerza la esperanza de vida para una mujer de tan solo 37 años que estaba esperando un corazón. Desde hace siete meses era paciente del hospital, había tenido varias internaciones por descompensación, pero la última la llevó a estar internada desde el 14 de septiembre. Desde hacía un par de semanas Karina ya engrosaba la lista de pacientes en Emergencia Nacional del Incucai. A temprana edad los médicos le diagnosticaron miocardiopatía hipertrófica, la misma enfermedad que le arrebató la vida a su padre primero y a sus dos hermanos después. Una patología que según indican los médicos es hereditaria. Pero esta historia familiar signada por el dolor, la enfermedad y la muerte, estaba empezando a dar un giro sorprendente. Esa familia que esperaba en los pasillos y en donde los minutos se les hacían eternos comenzaba a soñar con torcer el destino. Para ello, se puso en marcha un equipo de salud altamente entrenado y adiestrado para realizar una de las operaciones –quizás-más difíciles desde el punto de vista fisiológico que es trasplantar un corazón.
A las 3 de la madrugada el Dr. JorgeTroncoso fue a buscar el posible corazón para Karina al hospital Petrona Cordero de San Fernando. Mientras la ciudad dormía los médicos empezaban a ganarle a la muerte. La ablación se hizo con éxito. Se comunicó al hospital El Cruce que el corazón ya iba en camino. Los Dres. Jorge Troncoso, Raúl Márquez y Vanesa Gregoretti eran los encargados de resguardar el órgano. La carrera contra el tiempo ya había comenzado. En la puerta de ese hospital los esperaba un patrullero de la comisaría 3° de Florencio Varela. El traslado se inicia a toda velocidad. El órgano tiene un tiempo de isquemia, es decir una vida útil fuera del cuerpo humano de cuatro horas. Cuánto antes sea implantado ese corazón mayores y mejores posibilidades de éxito tendrá el trasplante.
Mientras tanto en El Cruce el equipo de salud prepara con minucioso detalle cada acción que realizará en minutos. A las 6,20 de la mañana la paciente ingresó al quirófano, las instrumentadoras Romina y Yanina y la perfusionista Florencia comienzan su trabajo.
En la emergencia del hospital mis compañeros esperan con ansias. Apenas tengo tiempo de tomar el grabador, la cámara fotográfica, un anotador y salir para el quirófano. Escucho la sirena, que me anuncia que el corazón llegó, la emoción me invade. Ya estoy en el vestuario del quirófano y me indican el protocolo que debo seguir para presenciar la cirugía. Me despojo de mi ropa mundana y tomo un ambo –chaqueta y pantalón verde- totalmente esterilizados. Las manos me tiemblan: no sabía si estaba preparada para la experiencia que iba a vivir. Pero tomé aire e ingresé junto a mis compañeros. Lo que sobrevino después lejos de impresionarme me pareció maravilloso, una clase magistral de profesionalismo y trabajo en equipo. Los cirujanos Marcelo Nahín y Martín Ghirardi ya tienen preparada a la paciente para implantarle el nuevo corazón. En el centro del quirófano vi un cuerpo humano que estaba siendo sometido a lo que llamamos vulgarmente cirugía a corazón abierto. Un tórax dividido en dos, sujetado a simple vista por pinzas que se denominan separadores externales, lo que va a permitir que los cirujanos puedan trabajar en esa cavidad que parece impenetrable. Liberan el corazón de las riendas y los repliegues pericárdicos, de la arteria aorta, la arteria pulmonar, las venas, las venas pulmonares y las cavas. El corazón de Karina es extraído justamente con precisión quirúrgica. Su cuerpo ya había sido conectado a la bomba extracorpórea, ese equipo realizará la función del corazón para que el resto de sus órganos sigan funcionando.
El Dr. Troncoso ingresa al quirófano con el corazón del donante. Está en perfectas condiciones porque al ser extraído se le infundió una solución que conserva la función ventricular y miocárdica. De esta manera el corazón quedó hibernando. Lo extrae de la bolsa, lo toma entre sus manos, lo masajea, lo sostiene, cruza mirada con el cirujano y se lo entrega, lo desliza suavemente entre sus dedos. Ese corazón en minutos va a empezar a latir. Esa proeza me dejó sin aliento. Exactamente a la 10.04 de la mañana el corazón implantado comienza a latir en el cuerpo de Karina. La emoción nos embarga a todos.
Pero la cirugía aún no llega a su fin. Según me indican los médicos, resta entre una y dos horas más de trabajo. «Hay que desconectar a la paciente de la bomba, decanular es decir sacar las cánulas que están en las cavidades derecha y la cánula que está en la aorta ascendente entre otros procedimientos. Controlar que no existan sangrados en las suturas y controlar hemodinámicamente a la paciente», explicó Troncoso.
Ya habían pasado cuatro horas de mi ingreso al quirófano. Vi rostros emocionados, comprometidos y atentos a cada movimiento de sus manos. En la intimidad del quirófano sentí que el mundo se detenía y que no había otro momento más importante que lo que estaba viviendo. Un nuevo corazón estaba latiendo.
Patricia Zarratea
(*) Comunicadora Social. Hospital El Cruce.
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