Por Maria Rosa Dessy
Leyendo en Internet la entrevista que le hicieron a Mito Rodríguez recuerdo la Librería Rivadavia, ubicada en la esquina de San Martín y Rivadavia. Allí iba con mi papá a comprar útiles. Me gustaba mirar lo que había en las vitrinas. Usaban guardapolvos azulgrisáceos. En una vitrina tenían una caja de lata alemana con 24 lápices de colores. Era mi sueño, sabía que si la pedía no me la iban a comprar ya que estaba en primer grado inferior y me costaba mucho aprender. Como tenía el precio, empecé a ahorrar y cuando llegué a la suma, una tarde en que mis padres dormían la siesta, fui corriendo por la vereda de la Estación, llegué a la Avenida Sarmiento, tomé aire, crucé las vías con bastante miedo y luego caminé hasta la librería y compré la anhelada caja. Volví a mi casa de la misma manera en la que fui, con cuidado hasta Sarmiento y Lavalle, y luego corriendo cuatro cuadras hasta mi casa. La caja la guardé en mi ropero escondida bajo la ropa y cerrado con llave. Fue mi primera salida sola, a los seis años. Luego seguí siendo cliente de ellos en la calle Vázquez hasta que cerraron. Era una librería muy bien surtida y atendían muy bien. Se conseguían allí elementos que en otro lado no había. Creo que fue en el año 2007 que cerró sus puertas. Recuerdo haber ido a comprar un papel especial para cerrar un cuadro que había restaurado y Mito me dio dos y no me los quiso cobrar diciéndome que era un obsequio ya que a fin de año cerraban. Me quedé muda. Su esposa me explicó los motivos. Nos despedimos con un beso y quedé en regresar para saludarlos mas adelante. Cuando llegó el día no pude hacerlo, sabía que al saludarlos me iba a poner a llorar. Mi hermana Susana, anoticiada por mí del cierre, vino a comprar libros de cuentos para sus nietos y a despedirse. Tengo los papeles que me regaló Mito, no quise usarlos. Compré otro en Buenos Aires. Están enrollados dentro de la inconfundible bolsa de «Librería Rivadavia».