MARÍA DE LAS CÁRCELES

Detrás del muro



Sociedad » 01/05/2023

Como espectadora en primera fila, en muchas oportunidades tuve la ocasión o privilegio de conocer personas o situaciones que enriquecieron mi mirada sobre ciertas realidades. Esta vez fui testigo de una obra ejecutada con inteligencia y sacrificio en beneficio de muchos destinatarios.

Como espectadora en primera fila, en muchas oportunidades tuve la ocasión o privilegio de conocer personas o situaciones que enriquecieron mi mirada sobre ciertas realidades. Esta vez fui testigo de una obra ejecutada con inteligencia y sacrificio en beneficio de muchos destinatarios.
Siempre seguí su derrotero como profesional y amiga. Esta vez me tocó estar en su verdadero campo de batalla. Me refiero a Adriana Von Kaull, fundadora de la ONG Maria de las Cárceles. Su empecinada y fructífera labor, que ya lleva 30 años, y que fue premiada y reconocida por organismos nacionales e internacionales, se dedica a ver «detrás del muro», como así lo menciona, y colaborar con un chaleco salvavidas para quienes quieran salir y asomar la cabeza del oscuro mundo donde los llevó la vida.
María de las Cárceles, en un circuito casi prodigioso trabajó para convencer a empresas grandes y no tanto que su material tecnológico que descartaban, ella podía convertirlo en una herramienta de conocimiento y ocupación para otros, y sobre todo, un descarte que sería lo contrario: un estímulo.
Si. Porque Adriana, que desde muy joven visitaba prisiones como catequista católica, no se olvidó al crecer de esas imágenes que le habían impactado. Así comenzó a recibir computadoras, teclados, pantallas, impresoras y todo lo que tiene que ver con el armado de un taller -escuela para aquellos internos que desearen aprender los nuevos lenguajes y, en muchos casos alfabetizarse, y en un segundo paso saber reparar esas máquinas para que sean reutilizadas.
Porque ese circuito que cierra no es solo que un joven con condena aprenda a programar y a arreglar computadoras, sino que sea esa pequeña tabla de salvación de la cual amarrarse para comenzar su cambio.
El círculo se completa cuando esas computadoras en perfecto funcionamiento y con todos los accesorios y soportes se entregan a instituciones educativas de bajos recursos, o a agrupaciones y pequeñas comunidades que buscan y desean progresar.
Adriana no hace política, lejos está de eso. Ella trabaja para que otros tengan un mundo cercano mejor. Ella llena ampliamente un vacío profundo del Estado, que ya de gigante no se puede mover con soltura y sus sentidos por su elefantiasis se han deteriorado por eso no ve, no escucha, no oye, no siente…
María de las Cárceles extiende una mano que recibe y con la otra mano entrega, mejorando y enriqueciendo lo que otros descartan.
Es como una entidad catalizadora. La ONG no tiene muchos integrantes y los que ayudan a Adriana fueron en una época de sus vidas los que recibieron los beneficios de la institución que ella preside.
Hace pocos días visité con ella la Unidad Nro. 42 dentro del Complejo Penitenciario de Florencio Varela, provincia de Buenos Aires, donde funciona uno de los cuatro talleres - escuelas que allí se han instalado. Con mucha expectativa la acompañé, con los temores de acceder a un sitio que no me pertenecía, que no era habitual estar allí. Con los rigores y reglas lógicas que se deben cumplir, sentí que estaba presenciando algo inédito para la mayoría, que internos de un penal recibieran a responsables de una escuela carenciada y una asociación de enfermeros para entregarles elementos tecnológicos por ellos reparados y preparados para el inmediato uso de niños y adultos.
También observé los rostros de los internos que con diferentes expresiones recibían el diploma que María de las Cárceles les otorgaba por haber hecho los cursos de tres meses cada uno, de programación y reparación de computadoras.
La escuela - taller tiene tres turnos y posee lista de espera de más de un centenar de internos que desean incorporarse a estas actividades.
Con las distintas emociones y sentimientos recibidos y cumplidos los protocolos de rigor, al retirarnos sentí que había visitado jóvenes, la mayoría lo eran, que tienen como objetivo lo que estamos «detrás del otro lado del muro», respiramos como el aire: la libertad.


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