Por Federico Ahrtz.
En los márgenes de la ciudad, donde el cemento da paso al verde y el ruido se convierte en zumbido, un grupo de mujeres y productores rurales está cambiando el paisaje productivo de Florencio Varela.
En los márgenes de la ciudad, donde el cemento da paso al verde y el ruido se convierte en zumbido, un grupo de mujeres y productores rurales está cambiando el paisaje productivo de Florencio Varela. No lo hacen con discursos ni pancartas, sino con colmenas, paciencia y conocimiento. Son parte de la cooperativa SURGBA y del colectivo Mujeres Apícolas de Florencio Varela, protagonistas de una revolución silenciosa que florece entre flores y abejas.
Desde hace años, estas organizaciones vienen impulsando la apicultura como herramienta de desarrollo local. A través de capacitaciones, tutorías y acompañamiento técnico, lograron formar a más de 120 nuevos apicultores, muchos de ellos jóvenes y mujeres que encontraron en la miel una oportunidad de trabajo digno y sustentable.
Este esfuerzo no pasó desapercibido. Junto a la Dirección Provincial de Apicultura, desarrollaron el programa «Mi Primer Colmena», que permite a los nuevos productores iniciarse en la actividad con herramientas concretas, asesoramiento y acompañamiento continuo. Continuaron su trabajo en formación con el apoyo del INTA PROAPI y el acompañamiento de otras organizaciones y la iniciativa Aula Campo de la Universidad Arturo Jauretche, promoviendo una red de apicultores que crece y se fortalece desde el periurbano bonaerense.
El impacto de este trabajo fue reconocido en el Congreso de Apicultura del Periurbano, realizado en Moreno, donde SURGBA y Mujeres Apícolas recibieron una distinción por su labor en el fomento de la actividad. No solo por la cantidad de personas capacitadas, sino por el modelo de desarrollo comunitario que promueven: inclusivo, sustentable y con perspectiva de género.
Este tipo de iniciativas se inscriben en un contexto nacional donde la apicultura tiene un rol estratégico. Argentina es uno de los principales exportadores de miel del mundo, con más de 85 mil toneladas exportadas en la última campaña. La calidad de la miel argentina es reconocida internacionalmente, gracias a la diversidad de flora y al compromiso de sus productores.
La apicultura genera empleo en múltiples sectores, como carpintería, cosmética, gastronomía, turismo rural y más. Y no menos importante, las abejas cumplen un rol esencial en la polinización, clave para la biodiversidad y la producción de alimentos.
Sin embargo, mientras este zumbido rural crece y se fortalece, hay silencios que duelen. La no realización de la Fiesta de la Miel -evento que durante años marcó la identidad agropecuaria del distrito- pasó sin pena ni gloria, a pesar del pedido y las gestiones de los productores rurales. Una ausencia que no solo priva a la comunidad de un espacio de encuentro y celebración, sino que también refleja la dificultad de sostener políticas públicas coherentes, como lo demuestra la falta de un plan maestro para mantener los caminos rurales en condiciones dignas.
En tiempos donde lo urgente suele tapar lo importante, el trabajo constante y silencioso de estas organizaciones demuestra que el desarrollo rural no siempre hace ruido, pero sí deja huella. Florencio Varela tiene mucho más que mostrar: tiene miel, tiene comunidad, tiene identidad y tiene futuro.
SURGBA y Mujeres Apícolas nos enseñan que el desarrollo no siempre llega desde arriba, sino que nace de la participación. Porque cuando los que escriben la historia son los que ganan, inevitablemente hay otra historia esperando ser contada: la historia de nuestra identidad varelense, de lo que somos capaces de construir juntos.
Que este zumbido rural nos despierte. Que se convierta en eco de participación, de orgullo local, de identidad, de apuesta colectiva. Porque si la miel es fruto de organización, esfuerzo y naturaleza, entonces el desarrollo local puede ser fruto de compromiso, comunidad y decisión.
Este Florencio Varela que no miramos es el que, los ciudadanos, comenzamos a escribir.