Por Andrea Vergara Tamayo
El cuerpo que yacía escondido entre el pasto significaba el desenlace de la historia que constantemente viven miles y miles de mujeres en todo el mundo, las cuales por su mera condición de mujer, deben soportar a diario innombrables actos de maltrato físico y verbal, que en muchos casos terminan ocasionándoles la muerte.
Micaela Elias, de 36 años, apareció muerta el pasado 9 de agosto, en horas de la mañana, a un costado de la Ruta 36, frente a la fábrica Rolito, en el barrio La Rotonda. La víctima presentaba golpes en mandíbula, además de rasguños en manos, rostro y pecho, que demostraron un intento desesperado de la mujer por preservar su vida.
Hasta el momento la hipótesis que se maneja sobre el deceso es la de estrangulamiento, puesto que en el cuello de la víctima se encontró una bufanda anudada en la parte trasera, la cual paradójicamente pertenecía a ella.
El sospechoso es un remisero de 61 años, también de Florencio Varela, que al parecer estaba obsesionado con la víctima, y al cual se le incautó un Renault 12 con el que trabajaba, en el que fueron hallados un pañuelo y un aro que posteriormente fueron identificados por la hija de la fallecida, como objetos de su madre. Además existen versiones de testigos que informaron ver al sujeto arrojar el cuerpo. Dado que en éste se hallaron objetos de valor de la víctima, se descartó la hipótesis de un posible robo, y el crimen pasó a ser considerado un femicidio.
El término femicidio hace referencia al asesinato de mujeres por hombres, los cuales los llevan a cabo por odio, placer o porque consideran que la mujer es «de su propiedad». Dicho término fue inicialmente acuñado por la escritora Carol Orlock en 1974 y posteriormente fue utilizado de manera pública por la feminista Diana Russell, en 1976 en el Tribunal Internacional de Los Crímenes contra las Mujeres, en Bruselas.
Según estadísticas oficiales recopiladas por el Observatorio de Igualdad de Género de América Latina y el Caribe de la CEPAL, «1.903 mujeres fueron asesinadas por su condición de tal en 15 países de América Latina y tres del Caribe en 2014», ubicándose Honduras, El Salvador, República Dominicana y Guatemala, como los que tienen la tasa más alta.
En lo que respecta a Argentina la ONG La casa del Encuentro, una de las pocas organizaciones que lleva datos y estadísticas sobre la temática, publica un informe a través del Observatorio De Femicidios En Argentina «Adriana Marisel Zambrano», en el que expone que desde 2008 a 2015, se registraron 2.094 femicidios. Según la misma ONG, en el país muere una mujer cada 30 horas por esa causa. Ahora bien, a esta cifra ya bastante alarmante, debe adicionarse un número más, y es el de aquellas víctimas colaterales que quedan tras estos actos violentos, como lo son padres, hijos, hermanos y otros. Esto, sin necesidad de realizar cuentas, seguramente nos dejará como resultado un número bastante elevado de personas que sufren por este flagelo que cada vez se vuelve más notorio y constante en nuestra sociedad. En el mismo informe que analiza también estos datos por provincias, partidos y barrios del país, al momento de la publicación no se hacía mención del nombre de Florencio Varela, lo que sin dudas cambiará este año tras lo narrado al inicio de este escrito.
Finalmente es bastante desalentador saber que a pesar de los múltiples esfuerzos que se realizan, marchas de movilización y concientización, creación de entidades de apoyo como lo son las comisarías de la mujer o estructuración de leyes como la Ley 26.485, en la que se establece la protección integral para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres en los ámbitos en que desarrollen sus relaciones interpersonales, la cual fue sancionada en marzo de 2009 y promulgada de hecho en abril de 2009, para el instante en el que usted haya terminado de leer este diario, una hora o más, siete mujeres en el mundo habrán sufrido el mismo destino que Micaela Elías, asesinada a manos no sólo de sujetos que no tuvieron conciencia, consideración, ni respeto de su integridad, de su valor y de sus derechos, sino también a causa de una sociedad y un Estado que no las pudo acompañar y apoyar.